Tuesday, November 06, 2007

Nombres personales. El modelo romano.

Nombres personales.
El modelo romano.

Dentro del marco de los atributos que otorga la racionalidad a la especie humana, sus individuos necesitaron identificarse entre sus pares. Estas identificaciones se han asignado de muy diferentes fuentes, que, en la antigüedad, en la mayoría de los casos, se modificaban siguiendo la vida de la persona. Los cambios ocurrían porque las fuentes de los nombres eran determinadas características de cada individuo que iban desde las físicas y sicológicas, hasta las del estatus ordinal en la prole, como Primo, Quinto, Quintina, pasando por las que hacían referencia a la actividad. Podrían considerarse más recientes los nombres dados por la residencia, llamados de origen geográfico, propio de la expansión de la población humana. Entre muchas otras, más nuevas serán las derivadas del santoral católico.

En un principio se daba a las personas un solo nombre, pero con el correr del tiempo pasaron a ser dos, a las que en muchas culturas le agregarán otros. El perfeccionamiento de la identificación es efecto de la superación de la etapa de clanes. La organización de clanes en tribus y la evolución a pueblos, responde al aumento no sólo cuantitativo, sino también cualitativo por las incipientes complejidades que tomaban las comunidades.

El proceso señalado tuvo una motivación principal que fue la reafirmación del vínculo de los hijos, en particular el primogénito, con el padre y de éste con sus ascendientes. Por esta razón aparecerán las indicaciones —entre otras— de “hijo de” como Mac, o Ibn, Sin embargo, este perfeccionamiento de su identificación, si bien será atributo personal, no será exclusivo, sino compartido con los demás miembros de la familia a la que pertenecía. Los individuos pasarán a tener un nombre propio y otro de familia. Así que, de la forma natural de pertenencia familiar, se ingresa a la valorización jerárquica de la familia.

Las herencias políticas y económicas, muchas veces adelantadas en forma cruenta fueron el motor de la modalidad, a lo que hay que sumar otras pretensiones menores como las de prestigio social que aparte del orgullo, no dejaban de brindar ventajas (y las siguen teniendo). La institución, adaptada a los tiempos, en algunos aspectos mantiene plena vigencia en las sociedades contemporáneas.

Lo expuesto, que intenta explicar los orígenes del nombre y apellido, no desconoce que el mundo se pobló en diferentes regiones por distintas etnias, cada una con su cultura, en la que las instituciones de los nombres y las familias ocuparon su lugar en la historia de los mismos. De esta complejidad se ha tomado como modelo los nombres de personajes de la antigua roma, pero, por lo señalado, se trata sólo de un período que abarca la era republicana y principios del imperio, ya que más adelante el tema de los nombres se fue modificando.

Advertencia imprescindible para tratar cualquier aspecto de los romanos de aquella época, es que debe recordarse que esa sociedad estaba fraccionada en patricios y plebeyos y que los primeros lo eran por linaje, detentando los derechos políticos y económicos. Por eso, cuando se habla de la composición de los clásicos nombres romanos, estamos hablando de patricios, por cuanto los de los plebeyos se reducían a las antiguas formas de un nombre propio y que tras mucho tiempo fueron incorporando el de familia.

Hecha la aclaración, dentro de la época que tratamos, vayamos a los nombres de los patricios masculinos, por cuanto los femeninos diferían de estos y los veremos más adelante. Los hombres tenían tres nombres clásicos, que eran, praegnomen, nomen, cognomen, La tria nomia, que en adelante llamaremos prenombre, nombre y sobrenombre, puede observarse en Marco Tulio Cicerón, Cayo Julio César o Publio Virgilio Marón. A estos tres nombres en algunos casos, como veremos, podían sumarse uno o dos sobrenombres, y en determinados casos, se agregaba una forma muy especial que era el agnomen.

El prenombre era el nombre propio de cada romano que corresponde a nuestro actual nombre de pila (por la pila bautismal). Los romanos no fueron muy originales en asignar prenombres, utilizaron muy pocos, siendo los más comunes Cayo, Marco o Lucio. A los primogénitos se les daba los tres nombres del padre, idénticos al del abuelo, bisabuelo, etc. Los otros hijos varones variaban sólo el prenombre. La nominación se efectuaba nueve días después y se registraba con una fórmula de abreviaturas. Entre estos tres nombres, el central era el de familia y corresponde a nuestro apellido. Pero aquella familia romana difería de la nuestra.

La familia romana, aparte del parentesco natural por consanguinidad, también estaba institucionalizada por la religión manifestada en los cultos propios del hogar, los lares y a los antepasados, los manes. Pero las hijas, al casarse, dejaban de ofrendar en la suya de sangre para hacerlo en la de su marido y sus antepasados. Esto llevaba a que sus hijos tendrían otro parentesco al de sus tíos y primos consanguíneos.

Sin embargo, podían tener el mismo nombre de familia que sus antiguos parientes consanguíneos, por pertenecer a una misma gens. ¿Qué era la gens? Conocer la fundamental institución romana exigiría un libro para reseñar todos sus aspectos y ni hablar de las interpretaciones. Así que pasaremos a realizar una breve síntesis de lo más relacionado con los nombres. Las familias primitivas o muy antigua que tuvieron un pater familias, esto es, padre de familia o jefe de hogar, que haya sido héroe, político destacado o de gran riqueza, repetirán su nombre para toda la descendencia de línea paterna consanguínea y a muchas otras formas de vinculaciones.

Aquel fundador será el genus de la gens, a quien se le rendirá culto en cada hogar como tal y a todos sus sucesores muertos. La pertenencia a una de estos clanes significaba tener estirpe patricia y ser patricio. Pero no a todos los miembros de la gens les alcanzaba la calidad de patricios, sino sólo la de ciudadano, que en realidad, con relación al resto de la población, ya era mucho. Estos eran los clientes.

Los clientes, en general trabajaban las tierras originales y ampliadas del grupo familiar propietario ya sea en forma permanente o por cuenta propia en pequeñas parcelas que recibían en forma precaria con pago de canon. También los había quienes realizaban otras actividades o servicios, en muchos casos en actos eleccionarios. Por cualquiera de estas prestaciones recibían protección económica y personal del patrón (Patroni; Patricii; Patricio) que los incorporaba a su gens como clientes.

Para terminar con el aspecto cuantitativo de quienes componían una gens, falta agregar a los libertos y esclavos. Estos últimos también pertenecían a la gens pero no dejaban de ser esclavos, salvo que, en caso de ser libertos, obtenían el beneficio de clientes con uso del nombre de la gens. Toda esta suma de pertenencias, explica que cada gens podía llegar a comprender a miles de personas.

El nombre gentilicio tenía la particularidad de la terminación en “io”, detalle que puede observarse en los ya citados y muchos otros, como Cayo Clinio Mecenas, Quinto Horacio Flaco, Marco Porcio Catón o en Cayo Octavio Turino. La gens también tenía carácter de cofradía por cuanto sus miembros no podían hacerse acusaciones públicas.

Los sobrenombres fueron apareciendo en los últimos siglos anteriores a Cristo y las razones del agregado fueron varias, por lo cual, en algunos casos llegaron a ser más de uno. Los más antiguos surgieron como apodos que luego, que en determinadas situaciones, pasaron a denominar una rama familiar a la par de la aparición de esta modalidad. Acorde con la evolución de intereses económicos y políticos, las nuevas generaciones fueron incorporando distinciones dentro de la gens a partir de un determinado descendiente que pasaría a diferenciarse de la descendencia sus hermanos.

Las fuente por las que se adoptaban los sobrenombres eran muy variadas y llegaron a serlo por razones honoríficas. Como modelo puede citarse el caso de los Escipiones, rama de la gens Cornelia, dominante en la Roma de los siglos III y II a. C. El sobrenombre Escipión deviene de un Publio Cornelio Escipión del siglo IV a.C., al que le fue dado este sobrenombre por haber servido de scipo —báculo o bastón— a su padre ciego.

El indicado es un caso típico de apodo que fue utilizado también como identificación de una rama en una gens. Pero como también los sobrenombres tuvieron por origen títulos por honores, un Publio Cornelio Escipión, de los muchos que hubo desde aquel que hacía de lazarillo a su padre, fue vencedor de Cartago en la batalla de Zama, en el 202 a.C., dando fin a la segunda guerra púnica. Por vencedor de la potencia en la costa africana fue apodado por decreto senatorial como “El Africano”. Hubo otros por títulos como Cayo Pompeyo “Magno” (El Grande) ganado por múltiples triunfos militares. Los de títulos no pasaban a los descendientes.

El agnome es una nominación que surge de una institución que era la adopción política que se efectuaba entre adultos. El trámite requería, por lógica, de un adoptante y un adoptado. Para ejemplificar vayamos a nuestro conocido Publio Cornelio Escipión Africano que adoptó a su sobrino, el joven Lucio Emilio Paulo, hijo de héroe militar y también lo será él, pero como Publio Cornelio Escipión Emiliano, por derecho de usar el nombre gentilicio, o todos, del adoptante y agregar el gentilicio de su familia, Emilio, que será el agnomen.

A título informativo cabe señalar que el destino quiso que este nuevo Escipión adoptado, también fuera vencedor de Cartago en la tercera y última guerra púnica en 146, arrasando la ciudad, contra su voluntad, por imposición del senado romano. Por su triunfo recibió el apodo de Africano menor. Años después, obtuvo otro apodo, el de Numantino, por su acción de arrasar, sin imposición del senado, a la hispánica Numancia en 133 a.C., después que los sitiados prefirieron morir a entregarse, según quiere más la leyenda que la historia. .

Hay otro caso de adopción que tuvo trascendencia política fundamental en la historia de Roma. Fue el padrinazgo de Cayo Julio César sobre su sobrino nieto Cayo Octavio Turino que adoptó el nombre de Cayo Julio César Octaviano, que luego será el primer emperador conocido por la dignidad imperial de Augusto.

El nombre de las mujeres se encuadra en la situación de las mismas en la sociedad romana, aún cuando con más libertades que las griegas. Pero de todos modos estaban supeditadas primero a la potestad de los padres y luego a la de los maridos. Las mujeres no usaban prenombre, se las llamaba por el nombre de la familia gentilicia. En caso de dos hermanas se diferenciaban por mayor o menor. Si había más, se le asignaba un sobrenombre ordinal.

La hermana de Lucio Emilio Paulo, padre del joven adoptado Escipión Emiliano, era Emilia, casada con Publio Cornelio Escipión el Africano. La hija de éstos será Cornelia. Se casó con Tiberio Sempronio Graco, del que enviudó y se distinguió por la formación de sus hijos, los tribunos de la reforma agraria conocidos como los “Gracos” Tiberio y Cayo que fueron asesinados. Una hermana de éstos, Sempronia, fue esposa de Escipión Emiliano.

Ya en el imperio fueron apareciendo sobrenombres femeninos referidos al linaje con la particularidad de la terminación en “illa” Un caso de valorización del linaje de la mujer fue el de la segunda esposa de Augusto, descendiente de la aristócrata familia Livio, mantuvo también el sobrenombre Druso de sus ascendientes. Esta mujer fue Livia Drusilla, madre de Tiberio, hijo de un matrimonio anterior, que fue sucesor de Augusto.

Fin
Bibliografía:
Barrow, R. H.”Los Romanos” México, F.C.E., 1949.
Declareuil, J. “Roma y la organización del derecho” México, UTEHA, 1958.
Enciclopedia Universal Ilustrada – Europeo Americana. Madrid, Espasa Calpe, 1921.
Kovaliov, S. I. “Historia de Roma” Tomo I. Bs.As., Futura, 1959.
Martino, Adriana. “Patricios y Plebeyos”
Muñoz Molina, Teodosio. “El enigma de los nombres y apellidos” Bs.As., Lidiun, 1996.